OPINIÓN

 
Christina SCHEPPELMANN,  directora artística general del Gran Teatre del Liceu
ÓPERA ACTUAL 211
(MARZO 2018)
 
Las temporadas del Gran Teatre del Liceu de Barcelona tienen a la calidad y a la excelencia como premisas fundamentales procurando un equilibrio de estilos, títulos y compositores, ofreciendo además una amplia variedad en la estética de sus producciones. En pleno siglo XXI, sin embargo, debemos dar un paso en una dirección que usualmente se deja de lado: teniendo en cuenta los esfuerzos que se vienen haciendo para crear nuevos públicos desde el Petit Liceu, también se hace imprescindible asumir la responsabilidad de colaborar en la creación del repertorio del futuro promoviendo la creación de nuevos títulos operísticos.
Se trata de una empresa a largo plazo que ahora comienza a sembrar sus primeras semillas con actividades como la segunda edición del ciclo de conciertos Off Liceu-Diálogos musicales, abierto a la creación lírica de hoy. Esta es una asignatura pendiente que el Liceu debe asumir –al igual que los teatros público europeos–, ya que si no ampliamos el repertorio y si no logramos convertir en un éxito títulos nacidos en los siglos XX y XXI con el fin de que pasen a formar parte del repertorio, habremos fracasado ante los espectadores y también como teatro público. Un teatro de ópera no puede ni debe convertirse en un museo. La ópera es teatro musical y tiene que ser un arte vivo y actual, porque el público del futuro requiere de una necesaria ampliación del repertorio. Para ello hay que programar con sentido y responsabilidad en este aspecto. Hay obras de calidad en todas las épocas del género lírico, incluso en las más recientes. La calidad, una vez más, es el criterio fundamental en este apartado, al que se unen unos libretos con historias que puedan interesar al público de hoy y del mañana obedeciendo a lenguajes estéticos –musicales y narrativos– de su época, pero también universales y con proyección de futuro.
 
En este aspecto hay mucho trabajo por hacer. Así como varios teatros estadounidenses han dado el paso confiando en compositores y libretistas con talento, los teatros europeos no han ampliado el repertorio de manera eficaz, salvo algunas excepciones representadas con óperas de éxito, pero son contadas las obras que han aportado a la ampliación del repertorio lírico internacional. El mercado operístico norteamericano ha estrenado obras que se programan con frecuencia incluso en diferentes producciones, que se graban en disco y en vídeo, que se retransmiten por televisión, cine o streaming, un fenómeno del que los teatros europeos tendríamos que tomar nota. Más todavía si con cada estreno europeo continúa arraigándose la idea entre el público de que las obras de nueva creación son aburridas o inaccesibles para el gusto popular. Como programadores, somos los teatros quienes podemos –y debemos– cambiar esta idea normalizando el consumo de obras nuevas y desconocidas en este mercado, además de crear un diálogo con el público que lo informe y lo acerque a este repertorio tan poco divulgado.
 
 
 
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